martes, 18 de enero de 2011

Carta abierta de Sigfredo Hillers a Pedro Laín Entralgo

Recopilación y presentación: Joaquin García-Cernuda.

Presentamos un documentos de excepcional interés: la carta de Sigfredo Hillers a Pedro Laín Entralgo. Es una carta especial por varios motivos: su extensión, anormalmente larga para un a carta; su antigüedad, pues fue terminada hace 10 años, un año antes del fallecimiento de su destinatario…. y sin embargo aborda algunos asuntos de cadente actualidad y ofrece argumentos poderosos para la crítica de ciertas conductas de políticos que vistieron la camisa azul falangista, para rebatir tópicos y falsedades muy en boga con la actual “memoria histórica” y además recoge datos inéditos de experiencias del autor que ayudan a arrojar luz sobre estas cuestiones.

“Memoria histórica”: guerra civil española o Cruzada de Liberación. En la guerra de 1.936-39 hubo dos bandos: uno que con su actuación tiránica y criminal provocó la guerra y otro bando que con toda justicia se sublevó contra una situación inaceptable y que sólo podría detenerse recurriendo a un levantamiento, que finalmente fue popular y nacional. Es decir: había un bando, llamado nacional, que tenía razón y otro bando, el bando rojo, que con su actuación criminal provocó la guerra… y esta diferencia se pudo apreciar también en la actuación de unos y otros durante la guerra de 1936-39. Hoy nos quieren convencer de lo contrario, haciendo ver que lo blanco es negro y lo negro blanco…. por eso decimos que este documento de Sigfredo Hillers aborda cuestiones candentes, que se extienden incluso a la II Guerra Mundial.

Después de la guerra, se produjo un curioso fenómeno. Una organización política minoritaria durante la II República, la Falange Española, se convirtió en el alma y el motor ideológico de muchos combatientes del bando nacional. El yugo y las flechas y la camisa azul fueron distintivos profusamente presentes en el bando nacional, y posteriormente asumidos por el régimen político surgido de la Victoria, dirigido por Francisco Franco. Había una poderosa mística y la ilusión y la esperanza de una España Grande y Libre en la doctrina falangista, muy necesarios en tiempos de lucha, que movió ilusionadamente el espíritu de muchos combatientes nacionales. Pero….. es largo de explicar, lo cierto es que el régimen de Franco con el tiempo se hizo cada vez menos falangista, la revolución de José Antonio quedó “pendiente” al no llevarse a cabo, muchos políticos vistieron camisa azul para aprovecharse de las prebendas de un régimen que no era falangista…. y otros falangistas reivindicaron la camisa azul oponiéndose a la falsificación final del régimen de Franco, en actitud de cada vez más abierta rebeldía. Sigfredo Hillers puede explicar mejor que nadie estos hechos, al haber sido protagonista notable de ellos.

En medio de todo este proceso histórico, hubo intelectuales, como Pedro Laín Entralgo, que decidieron desligarse de sus antiguas convicciones falangistas y justificar su apartamiento de ellas…. lo cual podría ser respetable si no fuera porque para ello recurren a falsear y manipular la verdad histórica, y eso es lo que ha provocado la réplica de Sigfredo Hillers en su carta abierta que presentamos.

Hacer click aquí para obtener el documento completo:

CARTA_A_LAIN_ENTRALGO

De izquierda a derecha: Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Rodrigo Uría. Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester Y Antonio Tovar. (Madrid, 1973)

UN DESAYUNO POR 2,95€


Cuando uno sale de tomarse un café y una tostada en uno de los miles de bares que pueblan esta tierra que llamamos España, la posibilidad de que se haya gastado entre dos y tres euros es muy alta (depende de la latitud y longitud, lo sé, pero las medias son eso: medias, aunque a veces les salgan carreras…). Por el mismo precio podemos arriesgarnos a degustar un desayuno interesante: la editorial Planeta Agostini lanza al mercado una colección titulada Grandes pensadores de españoles. La primera entrega, por sólo 2,95€, Ortega y Gasset. Ahí es nada.

En España hemos tenido muchas cosas, buenas y malas. Hemos tenido pintores excelsos, dramaturgos de prestigio, hombres de letras, algún músico. También hemos tenido una Inquisición que duró más de lo deseable (a pesar de haber sido tan cruenta como en otros países, aunque sobre ello me comprometo a escribir una entrada de la sección “Érase una vez”, que la tengo muy olvidada), un siglo XIX convulso por innumerables golpes de Estado y un siglo XX caracterizado por una guerra civil que tiene el dudoso mérito de considerarse el pistoletazo de salida de una alocada carrera por los conflictos armados mundiales. Lo triste es que apretamos el gatillo con nuestros dedos de pandereta y castañuela y el pistoletazo nos lo pegamos nosotros en la cara.

Si otros países han gozado de artistas y científicos patrios de considerable renombre, tenemos que reconocer que en España, pensar, lo que se dice pensar, hace mucho tiempo que no lo hace nadie. El Renacimiento fue el comienzo de una edad de oro española que dejó ilustres pensadores y humanistas, pero los siglos XVII, XVIII y XIX, salvo honrosas excepciones, fue un terreno más fructífero para la agricultura que para la cultura. Habría que esperar al siglo XX para encontrar retazos del verdadero genio español. Y son pocos los nombres que se barajan cuando pretendemos señalar a los más ilustres pensadores de este siglo: José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón, Ramón y Cajal y, si me permiten la licencia de ahondar un poco en los finales del siglo XIX, traemos a colación a Francisco Giner de los Ríos o a Joaquín Costa.

Siendo así las cosas, siempre me he sorprendido por la poca atención que estos autores provocan en la sociedad. Si tuviéramos cientos de filósofos y ensayistas, entiendo que fuera una temeridad querer conocer la obra de todos ellos. Pero cuando el siglo XX español ha dejado pocas pero valiosas perlas, la pregunta es: ¿a qué esperamos?

Este sentimiento me ha acompañado desde hace unos años. Y reconozco que, quizás por mi bisoñez, nunca me había atrevido a dar un salto tan grande. Siendo un amante de la historia y la filosofía (con independencia de mi total ignorancia en ambas parcelas del saber), me molestaba ver que no sólo no daba el salto a las grandes obras, sino que apenas caminaba con pasos tímidos. Sabía que las obras cumbres del pensamiento no se abordan así como así: hace falta preparación, conocimientos previos, madurez. Y siempre encontraba una excusa para decir “cuando sea mayor leeré esto o aquello” o “antes tengo que leer otras cosas para poder entender y disfrutar esta maravilla”.

Excusas vacías. Indecisión hecha virtud.

Así que, recordando que autores mucho más jóvenes que yo habían sido capaces de acumular una cultura prominente a base de leer las grandes obras, me dije: “no pierdas más tiempo y ponte manos a la obra”. Cualquiera que haya leído la obra de Mariano José de Larra entenderá lo que digo. Su prosa destila una cultura y conocimiento del mundo sorprendente, si pensamos que se suicidó con 27 años. Y en esa época la gente no siempre estudiaba carreras universitarias, ni tenía cientos de libros en su casa, ni internet.

Tenían pocos y buenos libros. Pocos y buenos libros. Recordad esta frase porque ya dijo Unamuno que el saber no ocupa lugar, pero sí tiempo: en esta vida no tendremos tiempo de leer muchos libros, así que de nosotros depende escoger los mejores, aquellos que más nos hagan disfrutar, aprender y pensar. Porque los libros, antes que para divertir, se crearon para transmitir el conocimiento.

Todo lo anterior no es sino un contexto necesario para entender por qué, cuando salí el lunes pasado de la cafetería y vi el primer número de la colección más arriba mencionada, saqué el monedero, escurrí en mi mano tres euros y , con una sonrisa desfigurada en la comisura de los labios, le dije al dueño del quiosco: “Póngame otro desayuno, por favor. Me he quedado con hambre”.

Sacado de latribunadelloboestepario.wordpress.com

La colección incluye a Pedro Laín Entralgo quien militó en Falange.

Información sobre la colección aquí