Guerra del corazón. Dios con espadas
de nieve; asalta las auroras frías;
torres del sueño, humanas agonías,
resisten en la tarde enamoradas.
Otra guerra secuestra las miradas,
que apenas ven, sobre la estepa inerte
sin flor ni roca: campos de muerte,
crudeza de las sendas reveladas.
Desde la sangre al alma persevera,
-álamos de oro dulce, tierna rosa-
como en otoño azul, mi primavera.
Pero Tu voz, Señor, duele y acosa.
Ya escala el muro piedad severa,
toda la luz desierta y silenciosa.
Cieno en los pies y estrellas en la frente
Tristes, tristes aldeas de madera.
Un álamo. Gorriones. Ojos mansos
de larga esclavitud y pobre tierra.
Infinita la sed que ya no sabe
de sí, junto a este río que se hiela,
y, en frente, el fuego, al fin, enardecido,
con la muerte acostada en la ribera.
Cieno en los cuerpos, en las armas. Joven
el corazón lozanamente acecha.
Envolviéndonos triste, triste pueblo
que nada pierde porque nada espera,
gleba de Dios paciente en la llanura,
humildad resignada y sin promesa.
Con trigales, y fuentes, y montañas,
el soldado defiende su promesa
mientras abriga al corazón un barro
de compasión y de nostalgia eternas.
"El Volchow". Dionisio Ridruejo (1941)
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